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Terratenientes, caudillos y militares, siglo XIX

15 marzo, 2021 By Alberto Ramos Garbiras Leave a Comment

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Los conquistadores que posaron o fingieron ser grandes señores ibéricos, aunque fuesen iletrados la mayoría, llegaron con la visión el objetivo y la misión de escalar socialmente porque venían de no poseer bienes materiales en una España feudal donde admiraban la Nobleza y a los hidalgos poseedores de la tierra. Los campesinos españoles arrancados de la tierra en el continente europeo, viajaron a América acompañados por desclasados del Medioevo, analfabetas unos y delincuentes otros; llegaron con el objetivo de conseguir tierras y lograr exacciones. Por lo tanto la campaña de Conquista dentro de la empresa de dominación y anexión en nombre del Rey, y la “creencia” de evangelizar para ganar almas y grey al catolicismo, asistidos por curas doctrineros, fueron la excusa para arrebatar a los indígenas la tierra, tomarla y repartirla a los “soldados” que conformaban la empresa de vasallaje y exterminio. Evangelizar para disminuir impíos y apoderarse de las tierras de un continente del que se apropiaron desde México hasta Argentina, excepto Brasil y Norteamérica, tomados por portugueses e ingleses, que hicieron lo mismo.

Con la instalación de las instituciones coloniales hicieron lo mismo durante 260 años más, pero ya establecidos con las formas de dominación colonial. Al ser vencidos en las guerras de independencia entre 1810 hasta 1824,gradualmente fueron expulsados para fundar los Estados-Nación republicanos, ascendiendo al poder en primera línea los criollos con la mitad de sangre española, y en segunda línea los mestizos advenedizos; procedieron a tomarse la tierra que los españoles habían usurpado. Se auparon estos criollos en la nueva estructura del Estado, y se afianzaron también en el poder burocrático, prevalidos de la prestancia que les daba la propiedad sobre grandes extensiones de tierras.

De la hacienda colonial se pasó al latifundio republicano y a un proceso de tradición de las propiedades hasta copar la explotación agrícola sobre los terrenos habitables. Las siguientes etapas fueron de anexiones, la colonización de nuevas zonas, la tala, el desbroce de otros territorios, para lo cual utilizaban a campesinos pobres para que descuajaran los bosques, hicieran explanadas y levantaran pueblos, ampliando el comercio y fomentando cultivos (añil, quina, tabaco, café,…), y apoderándose con artimañas de los baldíos dispersos: bienes de la Nación que no habían sido repartidos.

Lariza Pizano, realizó un análisis sobre el periodo poscolonial, o sea el de la conformación de los estados independientes (Estados-Nación), que se extiende por la demora que hubo para salir de las estructuras coloniales, a fin de lograr superar esos fardos y modernizar el Estado.  Por esta razón los cambios en la organización formal de la autoridad no supusieron transformaciones reales en el funcionamiento del sistema político. Al investigar sobre las guerras civiles del siglo XIX, sus causas y desarrollos, uno puede observar que aún perviven conductas similares y factores en el manejo de la política y el ejercicio del poder. Y las trapisondas, triquiñuelas y conspiraciones, para competir, y para burlar la oposición y el control al ejercicio del poder.

El investigador británico John Lynch, expresó en su obra sobre caudillos en Hispanoamérica que, aparecieron como parte de un proceso histórico en el cual los líderes personalistas acumulaban una serie de funciones y acrecentaban su poder de manera gradual en respuesta a intereses específicos. El culto al caudillo fue un culto republicano, surgido en el transcurso de la guerra y la revolución. Los habitantes de Hispanoamérica reconocían un genuino caudillo a primera vista y creían que sus actos eran los propios de su figura y no simplemente los de un presidente o general enmascarado. El caudillo poseía tres rasgos básicos definitorios: una base económica, una implantación social y un proyecto político. En un principio, emergió como héroe local, el hombre fuerte de su región de origen cuya autoridad emanaba de la propiedad de la tierra y el control que ejercía sobre los recursos locales, sobre todo acceso a hombres y abastecimientos. Asimismo, poseía un historial que incluía la realización de determinadas hazañas que causaban viva impresión por su importancia o por el grado de valor demostrado en ellas.

Durante el siglo XIX, el uso de las armas y retar a una confrontación que llegará a convertirse en guerra civil, fue recurrente.  Se empleó ese método desde las regiones por parte de los caudillos más fortalecidos en tierras y prestigio que, para algunos estaba conectado con la forma como había nacido el Estado: con la guerra de independencia contra los españoles. Y estos así habían dominado desde la Conquista, arrasando con los indígenas. Fue una combinación de violencia, y normas implantadas para la dominación y el sometimiento: La práctica continuó desde que nació la República y siguió hasta 1876. Las otras tres guerras civiles (1885,1895 y 1899), no estuvieron dirigidas por esa generación de guerreros independentistas transmutados en caudillos agrarios, pero si por militares que aprendieron el manejo y confrontación con los del otro partido , y utilizaron los partidos políticos como aparatos de guerra. Un país grande en territorio, pero irrecorrible por falta de vías de comunicación y vehículos de transporte, todo concentrado en caballos y los barcos en lo fluvial. Esta situación hizo que funcionara el aislamiento general y solo la conexión por provincias, estados soberanos o departamentos, después; permitiendo el fortalecimiento de los caudillos, los sobremos por región que, fracturaron la soberanía.

Guerra y política, un binomio indisoluble en el siglo XIX. Los caudillos agrarios, propietarios de grandes latifundios desprendidos de la hacienda colonial, lograban con el ejercicio de la política regional alcanzar fortalezas y nuclear campesinos, peones y artesanos, como seguidores apoyados en un discurso laico del lado liberal y religioso del lado conservador. Indudablemente al asumir la dirigencia de los partidos políticos les permitió a quienes sobresalieron en la conducción de la política y de las hostilidades, aglutinar personal y encarar las dinámicas de cambio, o empujar los temas que se iban necesitando.

Podemos encontrar Caudillos agrarios en Colombia y en Hispanoamérica hasta pasada la mitad del siglo XIX. Sin confundir caudillos con terratenientes sin mando político, o con los gamonales del siglo XX, que corresponden a otra categoría. El rasgo común de los caudillos agrarios, militares y políticos de la segunda fase en la república decimonónica (1830 – 1863), se encuentra en su conexión con la parte final de la guerra de independencia y la formación de la República grande (Colombia, Venezuela, Ecuador 1819- 1830). Fueron militares sin carrera porque lograron los distintivos o charreteras en el fragor de la lucha contra los españoles. Y luego se convirtieron en líderes regionales, los llamados Supremos, y estuvieron atentos a la formación de los partidos políticos.

El prototipo del caudillo agrario, terrateniente, militar y político fue el caucano Tomás Cipriano de Mosquera. Acompañó a Simón Bolívar en la última fase de la guerra de independencia, se destacó con mucha notoriedad; luego de la disolución de la Gran Colombia, en el curso de los primeros gobiernos republicanos apoyó al presidente José Ignacio de Márquez. Dirigió el ejército nacional para enfrentar a José María Obando, otro caudillo de esa misma región. Actuó al lado de Pedro Alcántara Herrán, lo acompañó en su ejercicio presidencial, y posteriormente va a ejercer la presidencia de la República 4 veces.

Tomás Cipriano de Mosquera, que fue catalogado como conservador, se deslindó de ese partido, con enjundia y tenacidad, ejecutó políticas públicas novedosas durante su primera presidencia, colaboró con el gobierno de otro caudillo del mismo porte, José Hilario López , como jefe militar y político desde el gran Cauca, y  luego  venció y derrocó a un caudillo sectario del otro partido, al presidente conservador Mariano Ospina Rodríguez, e impulsó la formación del Olimpo radical, convirtiéndose otra vez en presidente del primer período de los liberales afrancesados e ilustrados que orientaba Manuel Murillo Toro.

Esto decían de Páez sus adversarios «No puede Venezuela gozar de tranquilidad mientras viva en ella el general Páez, porque si manda la convierte en juguete de sus caprichos, y si no manda hace del gobierno un instrumento suyo o ha de conspirar siempre para volver al mando, resultando de todo ello que no puede haber ningún sistema estable y seguro»; ejercía un poder independiente de cualquier institución, libre de toda constricción y, al intentar perpetuarse en el poder, constituía una fuerza desestabilizadora para el gobierno. (Lynch, 1993)

Bibliografía:

Lynch John. “Caudillos en Hispanoámerica”. EDITORIAL MAPFRE Director coordinador: José Andrés-Gallego Traducción de: Martín Rasskin Gutman Diseño de cubierta: José Crespo. Título original Caudillos in the Hispattic World. Oxford University Press. 1993.

Pizano Lariza. ”Caudillismo y clientelismo: expresiones de una misma lógica. El Fracaso del Modelo liberal en latinoamérica », Revista de Estudios Sociales [En línea, Publicado el 20 noviembre 2018.

 Alberto Ramos Garbiras, Especialización en derecho constitucional, Universidad Libre; Magister en ciencia política de la Universidad Javeriana; PhD en Política Latinoamericana, Universidad Nacional (UNED) de Madrid España; ha sido profesor de derecho internacional y ciencia política en la Universidad Libre. Profesor de la cátedra derechos humanos, en la misma universidad.

Foto tomada de: https://www.banrepcultural.org/

 

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