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Gustavo Moncayo, un héroe en la paz.

14 noviembre, 2022 By José Darío Castrillón Orozco 4 Comments

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Gustavo Moncayo, in memoriam

Colombia no solo ha sido una patria ingrata con sus hijos, además, es cruel con los más nobles. Tal fue el caso del profesor Gustavo Moncayo, que bien podría nombrarse profeta, pero el título de maestro es una de las mayores dignidades que alguien pueda alcanzar en la tierra, y este educador nariñense enalteció su oficio como el que más.

Su brega por acuerdos humanitarios y por la paz logró rescatar a su hijo del cautiverio, mas, le ganó el odio de la ultraderecha que, desde el poder, lo difamó, lo vejó, lo persiguió. Tras recuperar a su hijo sufrió amenazas y se vio obligado a beber el vino amargo del exilio. Estando expatriado le asaltó la enfermedad. Ya sin posibilidades de sobrevivir regresó a esta patria, donde el poder no le quería, a morir.

Triste que la patria sólo sea buena para morir. Para exaltar la memoria de este héroe de la paz la Revista Sur reproduce este artículo, publicado originalmente en el Semanario Caja de Herramientas, en abril de 2010. Sea el homenaje a Gustavo Moncayo la invocación para que su enseñanza fructifique en la ciudadanía, y haga de Colombia un buen lugar para vivir.

Que la tierra le sea leve.

 

“Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden.”

José Martí, Nuestra América.

Este educador nariñense tiene un nombre fuerte, como de piedra y calicanto, Gustavo Guillermo Moncayo Rincón; Rostro de cobre, pelo de nieve y barbas aceradas; mirar desconfiado, pero la sonrisa inequívoca de un padre amoroso. Pertinazmente padre por haber ejercido, como un apostolado, la docencia. Colombia y el mundo lo conocieron con los dignísimos títulos de “Profesor Moncayo” y “Caminante por la paz”.

Su único hijo varón, el suboficial Pablo Emilio Moncayo, fue hecho prisionero por las FARC en una acción de guerra hace doce años. Más allá de la conmoción causada por haber sucumbido una importante base de comunicaciones al fuego insurgente, el destino de los uniformados cautivos no desveló al país. Sólo se dolieron las familias de los militares en desgracia.

Desde ese momento para Gustavo Moncayo se inicia una misión, con dimensiones titánicas, en procura de recuperar a su hijo. Desde las cartas y peticiones a las partes, FARC y Estado colombiano, hasta la visita en el Caguán a los dirigentes guerrilleros, con un mismo resultado: la suerte de su hijo es asunto secundario para los guerreros, legales e ilegales. Aún para la ciudadanía los militares cautivos no revestían interés, y los medios de comunicación pocas veces aludían al tema.

Con la ruptura de los diálogos de paz en el gobierno Pastrana, se cierran las puertas al acuerdo negociado, la nación vira hacia la derecha más intensa con Uribe, y el único tratamiento para el conflicto es la tierra arrasada. Así, quienes son considerados rehenes por parte de las FARC quedan condenados a muerte. Un bufón de palacio llegó a llamarlos enfermos terminales. Sólo sus familiares insisten en las salidas no cruentas para recuperar a los suyos, entre ellos Moncayo padre, aunque mediaticamente son más visibles los familiares de los rehenes con mayor rango, el padre de un cabo ni se ve.

Cuando entre los cautivos hay figuras del poder colombiano como Ingrid Betancourt, unos congresistas y algunos políticos, más tres mercenarios norteamericanos, ninguno considerado carne de cañón, brota una sensibilización social al tema y se alcanza a escuchar a la sociedad civil pidiendo acuerdos humanitarios. Los periodistas empiezan a hablar de los rehenes, participa la comunidad internacional, iniciativas van y vienen, hasta se llega a realizar una gran marcha contra las FARC y el secuestro. Decía Darwin que la solidaridad es la conquista evolutiva mayor de la humanidad, y siendo Colombia antagónica a nociones como progreso, desarrollo, evolución, y semejantes, no abunda ese valor. Cuando se da tiene un funcionamiento enrevesado: pronto y generoso con los ricos y famosos, también con los extranjeros, mientras con los pobres y débiles criollos es escaso y tardío. Peor aún, con los hombres considerados carne de cañón.

Cuando se produce la operación jaque y recuperan la libertad la medio francesa y los tres gringos, más la liberación unilateral por las FARC de los políticos cautivos, la repentina sensibilidad de los colombianos se esfuma, y el gobierno despacha a la comunidad internacional con cajas destempladas. De nuevo solos los familiares en la causa de la libertad.

Ya el profesor Moncayo se había hecho célebre. Caminó por la liberación de su hijo 700 kilómetros hasta llegar a la plaza de Bolívar en Bogotá, donde fue humillado por el poder presidencial y una recua de funcionarios sacamicas. Lo cual lo llevó caminar “por los caminos de la patria”, sumando 2.000 kilómetros más. Con él terminamos confirmando un presagio fatal: en Colombia todos los caminos conducen a ninguna parte.

Antes se había crucificado, se encadenó, hizo plantones, presentó memoriales llenos de firmas, también solicitudes respetuosas. Puso demandas, derechos de petición, tutelas, hasta estaba elaborando un referendo. Encadenó sus manos durante tres años y cinco meses, visitó 14 países y se entrevistó con nueve jefes de Estado. Llegó por desespero a dar lora con una campaña al senado. Afortunadamente no pasó, instituciones tan descompuestas no merecen deslucir a un hombre pulcro como Gustavo Moncayo.

Durante once años de insistencia y resistencia, no logró la liberación de su hijo, pero, sacó del olvido, o sea de la condena de muerte, a los no famosos. Acaso insufló esperanza y razones de resistir a los rehenes. Tenía tan pocas posibilidades de éxito que ni las encuestas lo medían, más, no dejó de insistir.

Ya en el año doce, su gestión, sumada a la de Colombianos Por la Paz, y a la de la Senadora Piedad Córdoba, que merece un reconocimiento aparte, logró que las FARC decidieran liberar a su hijo. Pero, acaso en retaliación por atreverse a enfrentar a El Supremo, el gobierno asume posturas maximalistas que imposibilitan la anunciada liberación, y durante un año más se prolonga el drama del ya sargento Moncayo y de su familia. Sólo al finalizar marzo del 2010, se permite el operativo humanitario para recobrarlo.

Ese día los Moncayo no estaban solos. Todo el país conmovido siguió en vilo la liberación de este hombre desahuciado, sufrió segundo a segundo por los inconvenientes climáticos, parecían un ardid uribista que impedían traer a Pablo Emilio. En esta Semana Santa puso Piedad más gente a rezar que todo el episcopado: de todas las religiones salieron oraciones, y los muchos pueblos indígenas pidieron permiso a la naturaleza en sus muchas lenguas. En la historia de Colombia pocas veces se ha dado tal unidad nacional como ese día en torno a la familia Moncayo.

Moncayo simboliza el dolor del pueblo, también la tenacidad de este pueblo que guerrea contra la fatalidad, casi siempre ha perdido, pero, con la gesta del Caminante por la paz triunfó: salvó una vida. Se nombran héroes quienes matan compatriotas, y hasta encuentran gloria en ello, pero, si quienes derraman sangre hermana son próceres, Moncayo padre, que salva la vida de su hijo y lucha por la de sus compañeros de cautiverio, dando lecciones de ética y de paternidad ¿será un santo? Sea lo que es, es un honor ser compatriota suyo.

José Darío Castrillón Orozco

Foto tomada de: https://caracol.com.co/

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Filed Under: Revista Sur, RS Desde el sur

Comments

  1. Claudia Judith Navas Barrera says

    18 noviembre, 2022 at 9:11 pm

    Excelente desarrollo de la prosa humanitaria, del verbo haciedose digno y libertario, de la palabra empeñada en despertar y liberar las emociones mas profundas de la ciudadanía, para sensibilizarnos hacia la paz total. Abrazos compañero.

    Responder
    • Claudia Judith Navas Barrera says

      18 noviembre, 2022 at 9:15 pm

      Perdon tuve un error en “haciéndose”, pero no me dejó corregir, creo que es necesario poder corregir. Abrazos.

      Responder
  2. Hernan Pizarro says

    19 noviembre, 2022 at 12:59 pm

    Un sentido homenaje a un colombiano del común que se volvió público, por la única vía que le ha quedado a la población: la del dolor.
    Una descripción de lo que sufre el pueblo colombiano, principal víctima del conflicto.
    Que su historia no se vuelva a repetir, nunca más.

    Responder
  3. Blanca Echeverri says

    28 noviembre, 2022 at 5:51 am

    Luchadores con esa tenacidad y transparencia son los que necesita esta descompuesta sociedad.

    Responder

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