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La voladura pendiente.

25 febrero, 2019 By José Darío Castrillón Orozco 2 Comments

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El Cartel de Medellín posesionó indeleble como marca de origen a la capital de Antioquia. Organización emblema del emprendimiento paisa: con alrededor de medio siglo de existencia, ha desplazado a mafias legendarias, como la Yacuza japonesa, o la mafia China; igual desalojó en la región métodos tradicionales de hacer dinero, como la industria y labrar la tierra. También cuenta con sucursales en varios países del mundo, dentro de los cuales se destaca México, y el estado de La Florida.

No es casual que la capital de la montaña prohíje tal organización que “Bogotanos perfumados y envidiosos”, según dicen en Antioquia, llaman criminal. Porque en esa geografía propicia para esconderse, santuario de fugitivos desde hace 500 años, han simplificado leyes y credos en la fórmula: amar el lucro por sobre todas las cosas. Por eso conseguir “platica” es imperativo, y hay que obtenerla sin asco por el medio. Así floreció el contrabando como carrera emblemática, y aún en el siglo XXI se rinde culto a los ancestros arrieros, pioneros de estas prácticas. Junto a ello se ha valorado como insignia regional al tramposo, que deviene en avispado, cualidad que todo antioqueño debe adquirir, antes que ser culto, u honrado.

El Cartel de Medellín es toda una institución porque resulta de una tradición centenaria: la juiciosa  sacralización del dinero como fin y de la trampa como medio, donde el prójimo es alguien que vale en tanto tenga dinero, pero nunca más que la bolsa, y matar por lucro resulta pecado venial.

Nadie extrañó que desde los años 1970 surgieran “los mágicos”, o como ellos mismos se llaman, “echados p’alante”. Fue normal el florecimiento del “traqueto”, de él salió el “cascón”, o sicario, y la “fufurufa”, o puta, la participación clásica de los pobres, aunque hubo sicarios y “fufas” de alta alcurnia. También hubo caleteros y cocineros, mulas y testaferros, cobradores y pagadores, lavadores y lavaperros. Estos últimos sustantivos no son sinónimos. El lavador se encarga de poner en circuitos monetarios el realizado del negocio, tiene funciones y remuneraciones específicas, además, está reservado para ricos de tradición.

El lavaperros, en cambio, no tiene funciones tan definidas, ni exige mayor distinción. Aunque su nombre describe parte del manual de funciones, estas resultan muy variadas para halagar al jefe: hacer mandados aviesos, limpiar vómitos, cargar maletas, comer sobrados, acompañar al patrón a pie mientras él monta a caballo, aplaudir que no derrama un tinto, o prestarse para falso testigo. También está para entretener al “trompa”, patrón al revés como en el lunfardo, servirle de substituto en pillerías, o de cobrador con amenazas; así como asistirlo en sus campañas políticas desde repartidor de propaganda, o saboteador  de campañas contrarias, hasta prestar su nombre como candidato, ser congresista firmón, o testaferro del patrón en la Presidencia de la República. El Cartel de Medellín genera empleo e inventa oficios.

Aunque uno de sus mayores exponentes fue Pablo Escobar, él no lo fundó. Sólo lo proyectó internacionalmente, además de darle estructura al crearle, al lado de su área productiva, de sus rutas internacionales de distribución, y su fuerza militar, un partido político para participar en las contiendas electorales, algo singular en la mafia.

Pablo de Antioquia terminó siendo el rostro y el nombre de El Cartel,  tanto que a su muerte algunos incautos creyeron que su organización había muerto con él. Pero no. Al patrón de entonces lo derrota una coalición integrada por: traquetos desleales, sus insignes matones (la casa Castaño), el Cartel de Cali, también políticos de diversa calaña, el gobierno colombiano, y la agencia antidrogas norteamericana, DEA. Esa alianza la llamaron “Los Pepes”, perseguidos por Pablo Escobar, y fueron los que a la postre derrotaron a Pablito.

Desde entonces ellos, con permisividad de los gobiernos, controlan El Cartel, con sus laboratorios, y rutas; sus redes de lavado, y sus oficinas de cobro; sus directorios políticos y sus casas de pique; sus sicarios, y sus lavaperros… Una década después de que Pablo de Antioquia cae en un tejado, alguien de la entraña de El Cartel asume la presidencia de la República, y los métodos del antiguo patrón se imponen, especialmente la disyuntiva: “plata o plomo”, soborno con amenaza.

La pillería se corresponde con una ciudadanía complaciente con el delito, que admira a la mafia y respalda a gobernantes corruptos, muy populares en las tierras de Pablo. Por eso elige a personajes que, si distan del estadista, corresponden al estereotipo de la cultura traqueta: mal vestidos, mal hablados (clásico desprecio al Otro que vale menos que el dinero), que se ufanan de su ignorancia, de sus malas compañías, y que se llegan a presentar en sociedad con un sobrenombre, como alias Fico. Para despejar dudas sobre su militancia, le entrega la seguridad de la ciudad al mismo Cartel de Medellín, cuyo titular fue descubierto y apresado.

Las estructuras sicariales siguen siendo las mismas de hace treinta años, llegan a tener sede y símbolos, pronto tendrán himno y bandera. Ellas, desde la “Donbernabilidad” de Fajardo, ejercen control social en Medellín, y han devenido en varones electorales en los barrios que controlan, fueron decisivos en el triunfo del no en el plebiscito por la paz, en la campaña contra Petro, y en la elección de Iván Duque. Ellos cobran en patente de corso, por eso los indicadores de todos los delitos se han desbordado en la ciudad.

Tratando de tapar su desgobierno, o halagando al nuevo patrón, el señor alcalde, con su característico lenguaje y estética emergente, anuncia la demolición del edificio que alguna vez habitó Pablo de Antioquia. Arguye que acaba con un símbolo del Cartel de Medellín: Parece que alias Fico no se mira al espejo.

También que lo hace en nombre de las víctimas, cuando bandas asociadas al Cartel han producido más de cien víctimas mortales este año, superaron 600 el anterior, mientras la comunidad denuncia alianzas de la institucionalidad con unos pillos contra otros. Y en nombre de las víctimas comete un detrimento patrimonial cercano a los ochenta mil millones de pesos, porque sin estudios, sin estar incluido en el plan de desarrollo, al estilo traqueto, procede a dinamitar el Edificio Mónaco, cometido pendiente de los Pepes desde hace tres décadas.

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José Darío Castrillón Orozco

Foto obtenida de: ELTIEMPO.COM

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Filed Under: Revista Sur, RS Desde el sur

Comments

  1. J. Arturo says

    16 marzo, 2022 at 5:54 pm

    Buena radiografía del espíritu paisa, arribista, codicioso y traqueto.

    Responder
  2. Carlos Mario Ramírez says

    12 abril, 2022 at 8:34 am

    Excelente articulo que deja en evidencia esa lógica paisa traqueta, que esta a punto de continuar en el poder.

    Responder

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