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Una asamblea de mal agüero

24 junio, 2019 By José Darío Castrillón Orozco Leave a Comment

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La Organización de Estados Americanos, OEA, ha sido un factor de desgracias para los pueblos de las Américas. Aunque su carta de intención propugne por la paz y por el entendimiento entre las naciones del hemisferio, su ejecución es rica en maniobras contra los más débiles, y a favor de los intereses imperiales. Nunca la OEA ha defendido los derechos de un gobierno americano agobiado por algún imperio, no lo hizo defendiendo a Argentina contra Inglaterra, ni defendió a Cuba enfrentada a los Estados Unidos.

Siempre se ha alineado con el más fuerte, aunque este sea el mismo fascismo. Justamente bajo las faldas de la OEA se cubrió el mapa americano de satrapías, que atropellaron la democracia y abatieron las libertades individuales; con la sigla del organismo intergubernamental se arroparon dictaduras sangrientas como las de Leonidas Trujillo, Anastasio Somoza, Pinochet, o las de militares asesinos en Bolivia, Paraguay, Argentina… Con el silencio cómplice de la OEA se hizo de América el continente de la desaparición forzada.

Nunca la OEA ha condenado las decenas de invasiones de Estados Unidos a Centroamérica, y a las islas del Caribe; ni los golpes a la democracia orquestados por ese país contra naciones americanas, como el realizado contra el presidente Salvador Allende, o contra Dilma Rousseff; o las agresiones a Cuba, Nicaragua, Venezuela; ni los tratados de comercio leoninos que impone Norteamérica a las demás Américas; calla también con complicidad la organización panamericana ante el trato cruel y denigrante de la dignidad humana que reciben los americanos inmigrantes en el país del norte, donde esposan y encarcelan a niños latinoamericanos.

Para Colombia, ser parte de ese organismo ha sido un factor de corrupción, porque se obliga a votar contra los principios de la justica y de la democracia, por coacción o por soborno. Coincide su origen con el asesinato del tribuno del pueblo Jorge Eliecer Gaitán, y el desencadenamiento de la gran Violencia partidista de mediados del siglo XX, sin que el ente panamericano rechazara el magnicidio, ni aliviara la confrontación que mató a 300.000 colombianos, en su mayoría a machetazos. En nada la OEA ha contribuido a resolver la mayor crisis humanitaria del mundo occidental, que se vive en Colombia. Por el contrario, su accionar ha profundizado tal miseria cuando respalda abiertamente a los victimarios en el poder, mientras es indiferente al dolor de más de ocho millones y medio de víctimas. Igualmente la organización panamericana se muestra complaciente con la desinstitucionalización colombiana, cuando mira para otro lado ante la persecución del gobierno a magistrados que fallan en justicia, o ante el hostigamiento a los dirigentes y partidos de oposición, o ante el exterminio, con connivencia oficial, de los líderes sociales.

Tampoco ha sido la OEA un agente de desarrollo. Que el continente se ha empobrecido dramáticamente mientras ha existido tal organismo, es prueba de su ineficacia en el tema. No solo se ha empobrecido el continente, las brechas de la desigualdad se han incrementado vertiginosamente por las políticas auspiciadas desde esta organización, que hace a los ricos extremadamente ricos, mientras a los pobres los arrincona contra el abismo de la inanición. Hoy en el podio de los diez países más injustos del mundo, ocho son afiliados a la OEA.

Llama este organismo malévolo a levantar banderas contra la corrupción, cuando ha cohonestado las peores exacciones contra los Derechos Humanos a cambio de coimas en la venta de los grandes activos de los pueblos, de modo que la privatización de las empresas estatales, que se traduce en empobrecimiento general, es la consigna para favorecer negocios particulares en detrimento del bienestar general. Un organismo como este, que escupe contra el Estado de Bienestar, no puede ser referente de paz y progreso para nadie.

De la mano de los agentes de este organismo se ha venido instaurando una multinacional del soborno y el desfalco estatal, que dejó de ser asunto de un país como demostró el escándalo Odebrecht cuando articuló a todo el continente defraudando las arcas públicas, de modo que los dineros de los pueblos no van a satisfacer las necesidades de los mismos, sino que se destinan a engordar las cajas de los más ricos, de acuerdo al modelo que promueve la OEA, que va en contravía de la salud, educación, vivienda, servicios públicos de la gran población, y requiere ser aplicado violando la ley, o matando gente como lo hacen en Colombia y Centroamérica mediante las bandas de paramilitares.

El modelo que promueve la OEA para sus asociados no sólo requiere de asesinos que acallen la protesta popular, también requiere de politicastros que vendan el interés general. Por eso la multinacionalización del latrocinio se da con el auspicio de entidades como esta que promueven la corruptela local, en pos de instaurar economías al servicio de los potentados. Esta organización ha devenido no solo en un arma de agresión a los pueblos, sino en una multinacional de la corrupción.

Compinche es la OEA de la deforestación de pulmones de la humanidad como el Darién suramericano y la Amazonía, que pierden millones de hectáreas de selva cada año ante la indolencia de este organismo internacional. Cohonesta la OEA con la destrucción de páramos y fuentes hídricas promoviendo minerías depredadoras del medio ambiente. Igual calla ante el asesinato de ríos y ecosistemas con hidroeléctricas irresponsables y corruptas, que emprenden sus megaproyectos exterminando campesinos, como es el caso de Hidroituango en Colombia.

Este organismo que va contra la autodeterminación de los pueblos; que es cómplice de genocidios, magnicidios, golpes de estado, invasiones, y cualquier tipo de vejaciones a la dignidad humana; que es un factor de subdesarrollo, de pobreza, y de injusticia para los pueblos; que confabula con gobiernos mafiosos, asesinos, y deshonestos; que extiende la corrupción y en saqueo de recursos por el continente; que deforesta los pulmones del mundo, que mata ríos y ecosistemas, que promueve la minería y permite el envenenamiento de los aires del continente… Esta multinacional de la corrupción y el despojo no puede ser bienvenida.

Por eso, desde la orilla de la justicia y de la decencia el que se realice en la capital mundial de la mafia la cuadragésima novena asamblea general de la Organización de Estados Americanos, es una señal de que algo perverso se está tramando.

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José Darío Castrillón Orozco

Foto obtenida de: Presidencia

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Filed Under: Revista Sur, RS Desde el sur

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